La leyenda de Selene e Ismeno

Por Rocío Ortega Torres y Lola Salina

Selene, la luna, observaba la Tierra desde su posición en lo alto del cielo. Desde allí iluminaba con su pálida luz hasta el último rincón. Una noche, divisó en el claro de un bosque a un grupo de jóvenes en estado de ebriedad. Entre ellos había un muchacho que se destacaba por su larga cabellera negra atada con un cinto de cuero y unos poderosos ojos azules. Selene se enamoró perdidamente de él y de su nombre, Ismeno, que había sido enunciado por uno de sus compañeros.

Al otro lado del bosque se encontraba un profundo río, el cual los jóvenes no habían advertido. La luna se desesperó, pues no quería que le ocurriera nada a su amado, sin embargo, éste no se encontraba en el mismo estado que sus compañeros y pudo alejarlos del peligro e incluso admirar la belleza del lugar, iluminado por la luz de Selene.

Desde entonces, el muchacho cada noche regresaba al lugar y observaba la luna reflejada en el río.

Selene estaba segura de que su amor era correspondido. Un día decidió ir a su encuentro, abandonó su lugar en el cielo y descendió a la Tierra en su forma humana. El joven, sin ver que ella se encontraba a orillas del río, se lanzó a éste en busca de la luna, a la que vio desaparecer frente a sus ojos. Como todo se encontraba a oscuras, le fue imposible volver a la superficie. Cuando Selene llegó ya era demasiado tarde. La luz que irradiaba su piel consiguió iluminar el inerte rostro de su amado en el fondo. Selene profirió un grito que se oyó en toda Grecia y que sonó al nombre de Ismeno.

A partir de aquel momento, los griegos bautizaron el río con el nombre del pobre Ismeno y aseguran que es el primer lugar que la luna ilumina al salir cada noche.


Este texto surgió en clase, trabajando con mitos y leyendas, según el tema: "La leyenda del río y la luna".

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