La noche eterna

Por Alanis Carreño Enis, de 2°B

Me golpearon con un palo para tirarme al océano.
Y eso dolió, como lo que le están haciendo a mi hogar.
Yo solo había salido del agua inocentemente para tomarme un breve descanso, pero ellos me lo impidieron.
Apenas pisé tierra firme los vi: eran esas extrañas criaturas lampiñas y sin aletas, que siempre andan merodeando por aquí. Aunque nunca había visto ese grupo de… ¿Cómo es que los llaman mis amigos? Ah, sí, “Humanos”.
Supuse que estaban con los que vienen con instrumentos raros y toman muestras del suelo. Ellos me agradan. Cuando me encuentran, generalmente me rascan la cabeza y dejan que los acompañe a la puerta de su casa.
No viven muy lejos de donde yo estoy ahora. Estarán a unos veinte minutos nadando desde aquí.
Sin embargo, al ver que este grupo de desconocidos Humanos extraían un líquido negro y viscoso desde las entrañas de la Tierra supe que no eran los mismos que viven en esa cueva de madera.
Antes de que me tiraran al agua porque mi sola presencia les molestaba, logré ver cómo abrían un pozo en el suelo y colocaban un aparato de metal que superaba fácilmente tres veces mi altura.
Ya en el frío océano, observé anonadado cómo conectaban una gruesa manguera desde el aparato de metal hacia un gran barco que estaba anclado a unos metros de la orilla.
De repente, el Humano que me había pegado con un palo, pálido, como la nieve de este suelo, gritó:
- ¡Hay que terminarlo pronto! No vaya a ser que nos descubran los de la centro de investigaciones.
Desde un comienzo había tenido un mal presentimiento de aquellas criaturas, pero ese comentario confirmó lo que tanto temía.
Sin más tiempo que perder, me sumergí en el agua y nadé a la mayor velocidad que me permitían mis aletas hacia la cueva de madera.
Al pasar por debajo de la manguera que transportaba ese líquido pastoso, el agua se oscureció.
Súbitamente, quedé rodeado por una masa de sustancia opaca la cual, supuse, gotearía de la manguera. Despedía un fétido olor y no me permitía ver con claridad. Mis ojos y mi cuerpo comenzaron a arderme. Tragué agua, no podía respirar. Me detuve, y con la poca energía que me quedaba salí a la superficie y salté a tierra firme.
Escupí parte de lo que había tragado y me sacudí el pegajoso líquido. Me di unos segundos para tomar aire.
Cuando ya estuve en medianas condiciones de seguir con mi viaje no pensé en volver al agua ni por un segundo. No me creía capaz de poder ir nadando hacia donde estaban los Humanos de “el centro de investigaciones” (como los había llamado la desvaída bestia que hacía un rato me había lanzado al agua). Así que aprovechando la declinación del suelo, apoyé mi vientre en la fría nieve y me deslicé.
El roce de la superficie congelada con mi piel me causó una intensa sensación de frío, que nunca antes había experimentado.
No le di mucha importancia.
Ya podía divisar las luces del centro de investigaciones.
Resaltaban mucho en medio de toda esta noche casi eterna, hasta que llegue el día dentro de unos meses.
El lugar era una antigua construcción de madera de un color anaranjado-rojizo, con un techo a dos aguas marrón, el cual estaba completamente blanco a causa de la continua caída de nieve de estos últimos días.
Rápidamente me acerqué a una de las gruesas ventanas y empecé a graznar lo más alto que pude.
Nada sucedió.
¿Qué pasaría si nadie venía a ayudarme? ¿Seguirían esos Humanos extrayendo ese líquido hasta que la Tierra quedara vacía? ¿Esa manguera continuaría goteando y manchando toda el agua de los alrededores?
No obtuve ninguna respuesta satisfactoria a esas preguntas.
Desesperado, golpeé con mi pico el vidrio frenéticamente, tratando de hacer el mayor ruido posible.
Vi pasar una sombra en el interior.
Escuché sonidos y cosas moviéndose.
Una tenue luz se prendió y la puerta se abrió con un chirrido.
Alguien alto y flaco salió. Llevaba puesta una gruesa campera y un gorro que le cubría sus orejas. En sus manos sostenía una taza con café caliente.
- ¿Quién anda ahí? – Preguntó ligeramente asustado.
Estaba temblando, no sé si a causa de los nervios o del frío. Por un momento creí que iba a dejar caer la taza.
Por supuesto, no creo que él estuviera esperando que tocaran en su casa.
Giró su cabeza en mi dirección y me observó, primero confundido y luego enternecido.
Se acercó a mí.
- ¿Qué haces aquí, pequeño?
Me alumbró con una suave luz de linterna y me miró horrorizado.
No podíamos perder más tiempo. Nuestro lugar estaba en peligro.
Grazné y comencé a caminar lo más rápido que me permitían mis piernas cortas.
El Humano gritó hacia el interior de su vivienda y se encendieron otras luces.
Más Humanos salieron de esa cueva de madera y me siguieron, abrigados de pies a cabeza y con linternas en las manos.
Continué caminando para ganarles la mayor ventaja posible, aprovechando cada desnivel para poner mi pecho sobre el hielo y deslizarme.
Solo había podido avanzar unos metros cuando me alcanzaron.
Me tomaron por las aletas, tratando de calmarme, pero estaba muy alterado.
Así que recurrí a mi última medida desesperada: me tiré al océano.
Por suerte todavía no había llegado hasta allí el líquido oscuro.
Nadé cerca de la costa para que los Humanos pudieran seguir mi rastro.
Me cercioré de salir a la superficie varios metros antes del barco para no toparme con el agua negra.
Quienes me seguían, afortunadamente, no perdieron mi rastro.
Lentamente, fui saliendo del agua y acercándome a ellos.
Se pararon a mi lado, observando incrédulos ese enorme barco y el movimiento de luces a la distancia. Tenía frío de nuevo, mis párpados me pesaban. Me sentía débil y mareado. Caí de espaldas.
Los Humanos que me acompañaban se juntaron a mi alrededor.
Me colocaron una tabla debajo y me levantaron.
- ¡Llamen urgente a la base y avisen de una extracción de petróleo ilegal! ¡Y lleven ya a este pobre pingüino a la cabaña!
Eso fue lo último que oí.



Con este relato, Alanis participó del 5° Concurso Literario Internacional ANTÁRTIDA EDUCA - Tratado Antártico 2015, que organiza la Consejería de Educación de la Embajada de España en Argentina y la Secretaría del Tratado Antártico. La participación en el concurso fue parte de un proyecto entre las asignaturas Geografía y Lengua y Literatura.

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